Llevo un tiempo desaparecida de las redes sociales, y es que lo único que he estado buscando es una vida más sencilla. Una vida en la que no tomo fotos a cada cosa que me pasa, ni fardo de los sitios guachis a los que voy, ni intento ser graciosa en los días en que no tengo ganas de serlo, ni nada.
No sé.
Una vida más sencilla.
Una vida de ir a la ofi y echar a reír, porque disfruto del trabajo y de la compañía. De tomar el vermú con los amigos los domingos a las 6, de pasarme por el forro los consejos de “potencia tus redes” y “compra seguidores” por que pa qué. Si soy feliz con una vida sencilla.
Feliz escribiendo eifjrnv89rgytyt por el whatsapp con una amiga cuando no tenemos nada que decirnos, pero queremos decirnos que estamos ahí. Feliz diciendo “te quiero” bajito bajo las sábanas y que nadie se entere, feliz gritando “¡Te extraño!’” al teléfono y que sólo me oiga mamá, feliz riendo alto y feo y fuerte y que, como mucho, se enteren los vecinos.
La pregunta es: ¿qué estoy dejando atrás en la búsqueda (inútil, por cierto) de una vida más sencilla? Porque pienso que, aunque lo quiera, de sencilla la vida no tiene nada, carajo.
🔥Que los puentes que queme alumbren el camino🔥
Lima, mi ciudad. Te he amado y te he odiado tanto.
Te he amado en las cervezas del Juanito, en los amaneceres sin dormir, en el canto de los cuculíes sin el cual, Lima, no eres Lima. La Ciudad de los Reyes, Lima. Te amé en los “te quiero” del Dragón, en los suspiros que eran puente y postre, en la certeza de que eras una ciudad contradictoria donde todo era posible, y nada a la vez.
A quien le importa la comida y los pisco sours. Eso no le importa a nadie.
Te odié tanto también. Te odié en el caos cotidiano, en la prisión del mal transporte, en tu cielo encapotado que se hacía tan difícil para aquellos que queríamos tonalidades más allá del gris. Lima la horrible, Lima. Te odié en la permanente desconfianza, en la vida accidentada y te odié hasta que me fui porque ya no quería nada contigo, harta.
Pero ya hemos hecho las paces.
Por mucho tiempo no me sentí de ningún lugar porque Lima, mi ciudad, no era la ciudad de la que todos hablaban, la que salía en la tele. Pero al fin he comprendido que la tierra de cada uno es, al fin y al cabo, lo que uno hace de ella: nuestros recuerdos, nuestras historias. Lima. Eres lo que he hecho de ti en mi memoria pero, sobre todo, eres lo que has hecho de mí y sigues haciendo, cada día.
Y así está bien.
👩🏻🎨 la ilustración es de @lullabydiaries y es requetebonita 💖
🎶 Anna Begins de Counting Crows, porque estoy con mi Playlist de “Música que amé en los 90 y que sigo amando, indiferente a tu opinión”
En el colegio nos enseñan mucho de seno, coseno e hipotenusas pero poco de las cosas importantes de la vida: no nos explican cómo declarar nuestros impuestos ni cómo descifrar todos los intríngulis del amor.
Ay, el amor. Esa cosa complicada.
Estos de la foto llevan 54 años juntos y no me explico cómo lo han hecho. Quizá se han mostrado el uno al otro, los pedacitos mejores y los peores, aceptando que el amor saca de uno todo lo bueno pero también todo lo malo. Quizá han deseado con todas sus fuerzas que el otro esté bien y han trabajado como locos por ello, y se han equivocado, pero han hecho como si nada. O quizá lo improvisaron todo. Mamá no es capaz de darme respuestas: cuando le pregunto cómo han hecho, cuál es el secreto, suele suspirar muy fuerte y soltar una sonora carcajada. Un “ay, Mariellita”, como mucho.
No lo sé. Quizá queremos explicaciones para el amor pero en el fondo no haya nada que explicar, y esa sea la magia de aquel sentimiento.
Feliz aniversario, papás. Que el 15 de enero siga siendo motivo de celebración en nuestra familia por muchos, muchos años. Lo de los impuestos, eso sí, que me lo expliquen, porque no hay manera.
“Mi familia”, lápices de color sobre cuaderno, 1987. Nótese el uso de colores primarios, los sujetos todos con gafas y los hombres encorbatados / mujeres en vestidos. La propia artista se dibuja a sí misma sin gafas, con un overall rojo y la cara naranja Donald Trump, diferenciándose así como el elemento transgresor de los Villanueva Samudio. Museo de la Caja de los Recuerdos de mamá, Lima - Perú.
Para recibir el 2016 mi amiga Ale, que es así de mística, me obligó a escribir una larga lista con todo aquello que quería para mí ese año. Sintiéndome una superwoman, me planteé toneladas de propósitos. Guardé la listita en la billetera y procedí a emborracharme, que es lo que uno hace en Nochevieja. Qué, si no.
Pero, como suele suceder, las cosas nunca pasan como uno las espera.
El 2016, por una infinidad de motivos, fue un año de mierda. Cuando llegó a su fin hace 365 días no me atreví a leer la lista, segura de que nada se había cumplido e incapaz de enfrentar mis fracasos. Lo único que me propuse para este año fue cumplir “un puñado de metas viejas e incumplidas, donde los únicos que podrán juzgarme serán Dios y Michelle Visage”. Literal. Y 2017, contra todo pronóstico, fue un año de puta madre.
Esta mañana leí la lista que escribí con Ale y vi que, de maneras claras o retorcidas, todos aquellos propósitos que me planteé, los cumplí.
Todos.
Y muchos, además, en aquel año de mierda.
No lo podía creer.
Llevo toda la mañana dándole vueltas al asunto e intentando comprender qué puedo concluir al respecto. En resumen creo que sería algo así:
Que un año no es nada, que es un tiempo arbitrario.
Que las metas, si son de verdad, se cumplen de maneras misteriosas. Que la vida en sí es misteriosa, puta, generosa, cabrona, un milagro.
Que la mierda es parte de la maravilla, y que muchas veces no se puede tener lo uno sin lo otro. Que jamás hubiese tenido este gran 2017 si no fuese por la basura supina de 2016.
Y, sobre todo, que los grandes propósitos son mejores si vienen acompañados de grandes personas. Este año no lo paso con Ale (¡te extraño!) pero lo paso con los mejores amigos: me pareció fundamental que así fuese. Con quiénes, si no.
A por un 2018 vivido ferozmente, fenómenos.