Porque no me das la razón de los tontos. Me escuchas mejor que nadie (y sabes distinguir mi voz tranquila de mi voz angustiada), pero cuando la cago soberanamente (o analizo demasiado, o me vuelvo una loca del coño) me lo dices, aunque la verdad duela o sea incómoda. Puedo confiar en que tus consejos sean sinceros, incluso cuando dices cosas que no quiero oír, pero que necesito oír.
…Y a la vez, no me juzgas. No tengo que esforzarme en impresionarte: perdí hace tiempo el miedo a contarte cosas que me avergüenzan y a tu lado nunca encuentro la necesidad o el deseo de mentir. ¿Qué puede ser más fantástico que me hayas visto en mis momentos más indignos y aún así, me apoyes, me quieras, y no se lo cuentes a nadie más?